Por Salvatore Scimino
21 de julio de 2012
Fuente: Indonesia Matters
Cada ciudad y pueblo de la Tierra debería tener un monumento en honor al pollo o gallina (Gallus domesticus). Al menos sería un pequeño gesto, algo decente de parte del primate que se hace llamar Homo sapiens. Aunque faltaría un noble gesto más, su liberación total.
A decir verdad el humano debería hacerle más honor a los pollos, uno de los animales más importantes en su industria alimentaria, que a los criminales que inventaron la bomba atómica.
Los pollos diariamente sufren un holocausto alrededor del mundo. La crueldad a la que son sometidos estos animales es brutal y demuestra claramente que la gran mayoría de gente está completamente dormida y ciega al dolor ajeno.
Los hábitos alimenticios son parte del aprendizaje cultural al que son sometidos los niños desde temprana edad. Comer carne es un hábito, y hoy más bien se podría catalogar de vicio. Luego pasan los años y lo aprendido se vuelve una costumbre nunca cuestionada.
El hombre es un animal (subanimal?) de costumbres. Es un autómata biológico. El automatismo sirve muy bien para utilizarlo como bestia servil para alimentar el sistema maldito de los intereses económicos actuales.
Cualquier persona que consume carne de pollo acaba siendo pollo: camina como pollo, bebe como pollo, defeca como el pollo, copula como pollo... el hombre es lo que come.
Pero a la hora de la verdad, el gallífago cuando cree escoger la luz en verdad escoge la oscuridad. El humano gallífago no sabe distinguir la paja del grano. El pollo sí.
A continuación un vídeo sobre pollos titulada: "Una Película de Huevos":
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