Prof. Dr. Raúl A. Montenegro, Biólogo
Profesor Titular de
Biología Evolutiva en la Universidad Nacional de Córdoba
Presidente de FUNAM y Premio Nóbel Alternativo 2004
(RLA-Estocolmo, Suecia)
Email: biologomontenegro@gmail.com
Teléfono celular: 0351-155 125 637
Teléfono fijo: 03543-422236
Skype: raulmontenegro.ar
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En 1956 la empresa estadounidense
Monsanto ingresó a la Argentina como productora de plásticos y en 1978 empezó
sus actividades de acondicionamiento de semillas híbridas de maíz en Pergamino,
provincia de Buenos Aires. Actualmente posee en nuestro país 5 plantas: dos
procesadoras de semillas (Planta María Eugenia en Rojas, Planta Pergamino); una
productora de herbicidas (Planta Zárate) y dos estaciones experimentales
(Camet, Fontezuela) [1]. Ahora pretende instalar una tercera fábrica en la
provincia de Córdoba y dos nuevas estaciones experimentales [2][3].
La sede central de Monsanto está en el
barrio de Creve Coeur en Saint Louis, en el estado de Missouri (Estados
Unidos). Fundada por John Francis Queen en 1901 su primer actividad de
envergadura fue la venta del edulcorante artificial sacarina a la empresa Coca
Cola. Desde entonces ha generado y comercializado centenares de sustancias
químicas, entre ellas plaguicidas como el DDT y el Agente Naranja (un herbicida
y desfoliante con partes iguales de 2,4 D y 2,4,5 T usado en Viet Nam), agregados
para transformadores como los PCBs y edulcorantes como NutraSweet. Contribuyó
al desarrollo de las primeras bombas atómicas a través del Proyecto Dayton y
de Mound Laboratories y al desarrollo de plásticos y electrónica óptica.
Ingresó al campo de la producción de semillas y fue pionera en el desarrollo de
organismos genéticamente modificados, OGMs (1982). Los OGMs tienen incorporados genes que los tornan resistentes a la
aplicación de plaguicidas e incluso a la menor disponibilidad de lluvias.
Lamentablemente sus conductas
irresponsables han sido casi tan numerosas como sus productos. Innumerables
tribunales de distintos países han condenado a Monsanto por adulteración de
datos y otras malas prácticas [1] [4]. Recientemente el Tribunal de Gran
Instancia de Lyon, en Francia, condenó a Monsanto porque su plaguicida Lasso
dañó la salud de un productor. Lasso tiene alacloro como principio activo y
cantidades significativas del solvente monoclorobenceno. Precisamente, las muestras
biológicas tomadas al afectado confirmaron la presencia de monoclorobenceno
(2012).
Sería ingenuo considerar a Monsanto
como la única amenaza corporativa. Aunque maneja el 80% del mercado de las
plantas transgénicas, es seguida por Aventis con el 7%, Syngenta (antes
Novartis) con el 5%, Basf con el 5% y DuPont con el 3%. Estas empresas también
producen el 60% de los plaguicidas vendidos en el mundo [5].
Monsanto ingresó a la Argentina como
industria plástica primero, y como productora de semillas no transgénicas
después [1]. Sin embargo, sus actividades productivas y comerciales crecieron
explosivamente a partir de la decisión que tomaron varios funcionarios públicos
de Argentina en una oscura reunión de la CONABIA, el organismo de la Secretaría
de Agricultura de la Nación, el 21 de septiembre de 1995 [6] [26]. Ese
organismo consideró que en lo referente a bioseguridad agropecuaria no había
inconvenientes para que se comercializara la soja RR (Round-up Ready).
Las cartas habían sido echadas sin previo debate público ni consulta. Argentina
ingresó de la mano de Felipe Solá y un grupo de
ignotos funcionarios a la experimentación abierta de organismos genéticamente
modificados. Todos ellos aprobaron al enigmático vegetal de pequeña estatura el
25 de marzo de 1996 [6]. La piratería de Monsanto, que se había apoderado de
los genes naturales de la soja con solo agregarle un gene clonado procedente de
la bacteria Agrobacterium CP4 (el gen CP4 EPSP), ingresaba legalmente al
país. En cuanto al glifosato ya había sido aprobado en 1977 por el SENASA, que
lo revalidó en 1999 [27].
Hacia fines de la década de 1990
Argentina empezaba a pagar el precio de tener instituciones públicas y
funcionarios poco serios, más preocupados por complacer a las corporaciones
internacionales que en proteger la salud de los ciudadanos. En base al criterio
de dosis letal 50 -absolutamente inapropiado para clasificar plaguicidas- el glifosato
ya estaba incluido internacionalmente en la Clase Toxicológica IV:
"productos que normalmente no ofrecen peligro". Esto parecía
ahuyentar cualquier riesgo. No se consideraron entonces las consecuencias
negativas de sus bajas dosis, pese a que ya existía suficiente bibliografía y
sólidas alertas. Servilismo e ignorancia se combinaron para que durante los
siguientes 15 años personas y ecosistemas formaran parte de un experimento
abierto que las afectaría en forma silenciosa. Cientos de miles de bebés, niños,
adolescentes y adultos fueron transformados en cobayos involuntarios y sin derecho
a protesta. Pero no recibirían solamente glifosato y su derivado AMPA [28], sino
también una larga lista de otros plaguicidas, entre ellos los insecticidas endosulfán
y clorpirifós y el herbicida 2,4 D.
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